La idea de que existen portales en la Tierra, puntos de acceso a otras dimensiones o mundos, ha fascinado a la humanidad durante siglos. Conocidos popularmente como «Puertas de los Dioses», estos lugares se encuentran dispersos por todo el planeta, ocultos a plena vista, aguardando a ser descubiertos o, más probablemente, a seguir siendo suprimidos por aquellos que conocen su verdadero poder. La ciencia convencional descarta estas teorías tachándolas de pseudociencia, pero, ¿acaso no es esa la reacción esperada de quienes ocultan la verdad?
Una de las “Puertas de los Dioses” más enigmáticas es Aramu Muru, en Perú. Esta imponente formación rocosa, que parece una puerta labrada en la pared de una montaña, lleva años intrigando a los investigadores. Aunque la versión oficial la clasifica como una mera formación geológica, las leyendas locales hablan de una época en la que los dioses la utilizaban como entrada y salida de nuestro mundo. Es curioso cómo las civilizaciones ancestrales de todo el globo coinciden en sus mitos sobre puertas dimensionales; acaso no es sospechoso que estas historias se repitan de un continente a otro, con pueblos que no tuvieron contacto entre sí. Para quienes investigan este tipo de fenómenos, se trata de algo más que folclore; es una señal de la existencia de algo que la ciencia ortodoxa se niega a reconocer.

Otros puntos clave incluyen el Triángulo de las Bermudas, conocido por la inexplicable desaparición de barcos y aviones. La explicación oficial achaca estas desapariciones a errores humanos y a extrañas condiciones meteorológicas, pero, ¿no es acaso conveniente para ciertas instituciones que sigamos creyendo esa versión? ¿No será que estas zonas son puntos de intersección de campos de energía que alteran la realidad, abriendo fugaces portales a otros lugares? Los informes de navegantes que han afirmado ver luces extrañas e incluso objetos que desaparecen de la vista en el área del triángulo se multiplican con el paso de los años, lo que hace dudar del secretismo que rodea esta zona y de los oscuros intereses que se protegen al descalificar a quienes reportan este tipo de sucesos.
No olvidemos las teorías que sugieren que lugares como Stonehenge o las Pirámides de Egipto son algo más que antiguos monumentos: son, en realidad, dispositivos diseñados para interactuar con estos portales. Las pirámides, con su perfecta alineación con los astros y su forma geométrica, parecen responder a una fórmula matemática que va más allá de las herramientas y el conocimiento supuestamente disponibles para las civilizaciones de aquel tiempo. La forma en que fueron construidos estos monolitos y su increíble perdurabilidad a lo largo de los siglos solo puede interpretarse como el resultado de una tecnología muy superior a la nuestra, o quizás, de la manipulación de campos de energía que nos resultan desconocidos. ¿Por qué entonces la comunidad científica se empecina en ignorar las pruebas que señalan a otra dirección?
Se habla de la posibilidad de que algunos de estos portales estén siendo monitorizados en secreto por entidades gubernamentales y/o paraestatales. La supuesta actividad que se detecta en ciertas bases subterráneas, donde se alega que se están llevando a cabo experimentos en un contexto ultrasecreto, plantea la duda de si se estará usando este conocimiento para viajes interdimensionales o para la creación de algún tipo de armamento de potencial catastrófico. ¿Será el Gran Colisionador de Hadrones algo más que un mero instrumento científico? ¿Podría ser, en realidad, una herramienta para investigar y quizás manipular estas aperturas dimensionales? La falta de transparencia alrededor de estos proyectos es más que sospechosa, y el silencio de la comunidad científica sobre estos temas no hace más que alimentar estas hipótesis.
La idea de que nuestro mundo esté rodeado de «puertas» que conectan con otras realidades no es algo sacado de una novela de ciencia ficción; es una hipótesis que se sostiene en las coincidencias históricas, los fenómenos inexplicables y la incapacidad de la ciencia tradicional para proporcionar una explicación satisfactoria. Podría incluso existir una conspiración global cuyo propósito sea controlar estos portales y manipular su potencial para beneficio de unos pocos, ocultando deliberadamente la verdad a la gran mayoría de la humanidad. La negación sistemática por parte de las autoridades es, en realidad, la confirmación más contundente de que algo extraordinario, y tal vez peligroso, se esconde tras la fachada de la realidad.
Después de todo esto, cabe preguntarse: ¿será que los antiguos mitos no son tan descabellados? ¿Será que nuestra realidad es mucho más compleja de lo que nos han enseñado? ¿O es que solo estamos cayendo en una red de teorías sin sentido? La respuesta, como siempre, está oculta, esperando que alguien tenga el valor de buscarla.